“NO LOS MIRES Y SE VAN”
LA MUJER SIN CABEZA
LA MUJER SIN CABEZA
Dirección y guión: Lucrecia Martel
Intérpretes: María Onetto, Daniel Genoud, Inés Efrón.
Argentina, 2006. Duración: 90 minutos.
Horror Argentino. Un terror soterrado, y por eso mismo, infinito. La anécdota es sencilla: una odontóloga salteña atropella a un perro – o lo que ella cree que es un perro- y de allí en más el relato toma un giro extraño. Verónica se convierte en una cáscara vacía, en una auténtica muerta viviente. Mientras, a su alrededor se va tejiendo una conspiración de silencio que la envuelve como la tela de una araña. Verónica parece perder el vínculo con el mundo, la ligazón entre las cosas y ella. Podría decirse que el film se divide en dos subtramas: la “policial” (qué pasó con lo que Verónica atropelló) y la "fantástica". En esta indagación sobre la negación individual y colectiva sobre la última dictadura –ésta es también una de las capas de sentido que admite el film-, y donde no casualmente se está tratando de desaparecer algo, el olor a descomposición llena el aire, todos son contaminados por la inmensa bola fétida, nadie está a salvo. Verónica, entonces, llevará un secreto para siempre, y lo importante es que todo siga igual, que la vida se desarrolle con normalidad. La reproducción mecánica de los pequeños actos cotidianos como reafirmantes de cierta identidad: las visitas a a la abuela, la compra de macetas, las reuniones familiares. La vida cotidiana familiar como prisión eterna.
El film tiene una atmósfera particular, que recuerda a los mejores cuentos de Silvina Ocampo, donde lo fantástico se cuela en la cotidianeidad, de un modo ambiguo , y donde ambos conceptos se refuerzan mutuamente. El espectador se revuelve en la butaca, inquieto, parece que algo espantoso e innombrable vá a ocurrir de un momento a otro.
Horror Argentino. Un terror soterrado, y por eso mismo, infinito. La anécdota es sencilla: una odontóloga salteña atropella a un perro – o lo que ella cree que es un perro- y de allí en más el relato toma un giro extraño. Verónica se convierte en una cáscara vacía, en una auténtica muerta viviente. Mientras, a su alrededor se va tejiendo una conspiración de silencio que la envuelve como la tela de una araña. Verónica parece perder el vínculo con el mundo, la ligazón entre las cosas y ella. Podría decirse que el film se divide en dos subtramas: la “policial” (qué pasó con lo que Verónica atropelló) y la "fantástica". En esta indagación sobre la negación individual y colectiva sobre la última dictadura –ésta es también una de las capas de sentido que admite el film-, y donde no casualmente se está tratando de desaparecer algo, el olor a descomposición llena el aire, todos son contaminados por la inmensa bola fétida, nadie está a salvo. Verónica, entonces, llevará un secreto para siempre, y lo importante es que todo siga igual, que la vida se desarrolle con normalidad. La reproducción mecánica de los pequeños actos cotidianos como reafirmantes de cierta identidad: las visitas a a la abuela, la compra de macetas, las reuniones familiares. La vida cotidiana familiar como prisión eterna.
El film tiene una atmósfera particular, que recuerda a los mejores cuentos de Silvina Ocampo, donde lo fantástico se cuela en la cotidianeidad, de un modo ambiguo , y donde ambos conceptos se refuerzan mutuamente. El espectador se revuelve en la butaca, inquieto, parece que algo espantoso e innombrable vá a ocurrir de un momento a otro.
“Cuando yo era chica mi abuela contaba historias de una señora que ayudaba a mi mamá. Le habían encontrado una calavera y unas velas rojas. Una serie de comentarios hicieron que para mí esa persona quedara del lado del demonio” (Lucrecia Martel, en Suplemento Radar, 12-8-08)
Una de las secuencias que más inquietaron a quien esto escribe, el de la Tía Lala en la cama (María Vaner). La anciana parece presentir que algo está mal, algo no encaja en es pretendida normalidad que intenta sostener la familia de Verónica. Por ejemplo, cuando habla de “La Genoveva ”. Mirando el video de una fiesta de casamiento, Lala dice: “ La Genoveva no puede aparecer ahí , ya se había muerto años antes” ¿Un fantasma?
“Me considero una heredera de las historias de aparecidos, me gustó esa idea del cuerpo sin alma”. (Lucrecia Martel, Sup. Radar, 12-8-08)
Lala también dice: “Son espantos. No los mires y se van” . Y nos deja a nosotros la terrible duda de lo que está hablando la tía. ¿Los sirvientes? ¿Las víctimas del terrorismo de Estado? ¿Los espíritus de parientes muertos? Lo que hace Martel es poner en evidencia que un pequeño acontecimiento puede convertirse en la más horripilante de las historias. Uno puede entrar a una casa y, sin buscar nada en particular, sin imaginarse nada de nada, sentir que algo raro hay allí. Como una nube malvada que flota en aire e indica de manera confusa de algo anda muy mal. Hay gente adulta, todo parece normal, pero se siente que algo hay escondido, que en las habitaciones reina cierto malestar subterráneo que los que viven ahí no quieren que los demás vean. En el árido panorama del cine argentino actual no hay muchos directores (se podría decir que Martel es la única) que puedan plantar temas con tanta profundidad, sondear estos abismos, explorar las profundidades sin fondo del ser humano, y con tanto talento.
Una de las secuencias que más inquietaron a quien esto escribe, el de la Tía Lala en la cama (María Vaner). La anciana parece presentir que algo está mal, algo no encaja en es pretendida normalidad que intenta sostener la familia de Verónica. Por ejemplo, cuando habla de “La Genoveva ”. Mirando el video de una fiesta de casamiento, Lala dice: “ La Genoveva no puede aparecer ahí , ya se había muerto años antes” ¿Un fantasma?
“Me considero una heredera de las historias de aparecidos, me gustó esa idea del cuerpo sin alma”. (Lucrecia Martel, Sup. Radar, 12-8-08)
Lala también dice: “Son espantos. No los mires y se van” . Y nos deja a nosotros la terrible duda de lo que está hablando la tía. ¿Los sirvientes? ¿Las víctimas del terrorismo de Estado? ¿Los espíritus de parientes muertos? Lo que hace Martel es poner en evidencia que un pequeño acontecimiento puede convertirse en la más horripilante de las historias. Uno puede entrar a una casa y, sin buscar nada en particular, sin imaginarse nada de nada, sentir que algo raro hay allí. Como una nube malvada que flota en aire e indica de manera confusa de algo anda muy mal. Hay gente adulta, todo parece normal, pero se siente que algo hay escondido, que en las habitaciones reina cierto malestar subterráneo que los que viven ahí no quieren que los demás vean. En el árido panorama del cine argentino actual no hay muchos directores (se podría decir que Martel es la única) que puedan plantar temas con tanta profundidad, sondear estos abismos, explorar las profundidades sin fondo del ser humano, y con tanto talento.
Eduardo Chinasky
FICHA TÉCNICA
Guión y Dirección: Lucrecia Martel
Productora Ejecutiva: Verónica Cura
Productores: Pedro Almodóvar, Agustín Almodóvar, Esther García, Verónica Cura, Enrique Piñeyro, Lucrecia Martel, Marianne Slot, Vieri Razzini, Cesare Petrillo, Tilde Corsi.
Elenco
Verónica: Maria Onetto
Josefina: Claudia Cantero
Candita: Inés Efron
Juan Manuel: Daniel Genoud
Marcelo: Guillermo Arengo
Marcos: Cesar Bordón
Tía Lala: Maria Vaner
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